sábado, 18 de mayo de 2019

EDITORES MANTEROS


Cuanto se dice en adelante, parte del convencimiento que cualquier ente vivo, ya sea biológico, cultural o mixto, se caracteriza por ser capaz de controlarse a si mismo. Todo lo demás son piedras o aparatos teledirigidos. Esa capacidad se materializa en algún procedimiento o bucle que corrige nuestra acción según sus efectos se ajusten o no a lo esperado.

Frente al hecho de alguien que escribe libros podemos llegar a dos conclusiones extremas: Se trata de un escritor profesional que sirve el producto básico a una editorial y esta le proporciona medios para subsistir, o bien, se trata de un escritor vocacional cuyos medios para obtener la subsistencia, le proporciona tiempo suficiente para dedicarlo a escribir. Esta clasificación de los escritores, no indica que el profesional no sea igualmente vocacional, pero la falta de retribución de los solo vocacionales es la principal característica que los distingue.

Entre ambos extremos encontraríamos toda clase de situaciones intermedias. Situaciones que conforme se alejan de la lógica profesional y se aproximan a la vocacional, van siendo más y más extrañas y difíciles de asumir para una cultura que solo entiende el esfuerzo asociado con el beneficio individual.

Casi todos los oficios admiten la lógica vocacional porque, en última instancia, puede considerarse un beneficio individual dar salida a su inquietud y, como mínimo, el propio creativo cerrará el bucle disfrutando de las bondades de su trabajo y, sobre todo, fortaleciendo su personalidad mediante los resultados de esa inquietud elemental y presente en cualquier persona, a la vez que es una de las fuentes básicas de la cultura, es decir, la creatividad.

Sin embargo, en el caso de poetas, novelistas y otros oficios artísticos, esa lógica vocacional es inviable. En virtud de algún extraño cableado neuronal que se materializa, como las hemmorróides en otros procesos, entre los esfuerzos de generar la obra, el autor queda invalidado para lector de su propio texto: cada uno de los intentos de lectura, más allá de las correcciones pertinentes, acabará en una nueva versión, aumentada o disminuida según sople el viento. Esa invalidez imposibilita cualquier intento de bucle que corrija y refuerce su obra, no sabe que impacto produce en otras cabezas, y esa es una de sus principales motivaciones, tratándose, como todo trabajo artístico, de un 'mensaje'.

Para realizar su labor, el escritor, sea profesional o simplemente vocacional, necesita que alguien o algo haga de transmisor y complete el ciclo depositándolo en el receptor adecuado. De lo contrario, el escritor queda como un verdadero majadero o 'predicador en el desierto' y su texto muerto, pues no dispone de retroalimentación.

Cabría pensar, como remedio a situación tan patética, en la 'world wide web' como plataforma universal que puede contactar al escritor directamente con el lector. Es una falacia. Cierto pero inservible. Es predicar entre una multitud de predicadores predicando. A la práctica sigue siendo necesario ese algo o alguien transmisor que busque, entre ese gentío, al usuario interesado.

Otro espejismo son las plataformas digitales de autoedición que, si bien dan presencia en la WWW y proporcionan ejemplares físicos a demanda, lo cual no es poco avance sobre las fotocopias de antaño, siguen adoleciendo del mismo problema, se requieren intermediarios, ya sea la propia plataforma u otros medios, que conecten al emisor con sus receptores.

En definitiva, para que la obra literaria sea un ente vivo, no un depósito de cadáveres, se requiere una considerable inversión económica que proporcione a las creaciones del autor la cualidad de mercancía y, por lo tanto, le de acceso al mercado, única plataforma de retroalimentación que nuestro sistema económico admite como verdadera.

Sin embargo, proliferan en la actualidad librerías, editoriales, ferias y hasta congresos, cuya materia prima parece ser precisamente aquellas obras que no consiguen la calificación de mercancía. Suelen autodenominarse 'alternativos' y configuran circuitos que buscan mercados igualmente alternativos compuestos por personas inconformistas que ven la necesidad de una sociedad también alternativa.

El caso es que ese mercado existe y con muy buenas, aunque difíciles, perspectivas de futuro en la medida que las editoriales comerciales van apiñándose alrededor de intereses económicos y culturales cada vez más concretos y nada alternativos. El problema radica en que ese mercado alternativo es muy poco consciente de si mismo, de hecho, el sector de la población que podría estar más interesado en 'alternativas', ni siquiera sabe de su existencia. La multitud que cabría esperar, se queda reducida a un hiperactivo grupo de gente consciente de la necesidad de alternativas, que se desplaza de un lado a otro y con muy poco dinero en el bolsillo.

Así pues, ¿esa plataforma alternativa de retroalimentación para el autor no mercantilizado es otra quimera? Va a ser que no. Nos encontramos aquí en una situación a nivel colectivo, similar a la que a nivel individual, impide que el escritor vocacional deje de escribir a pesar de las evidentes y certeras advertencias de que, salvo un milagro, todo terminará en una amarga resaca. Es decir, esas obras alternativas a las comerciales van a seguir produciéndose, y la posibilidad de un potente mercado alternativo va a seguir existiendo. Evitar la amarga resaca es un problema de cableado entre ambas realidades. Tenemos todo lo necesario para que la máquina funcione, solo falta conectar cada cable a la borna correspondiente. La tarea no es nada fácil y el cortocircuito que destruya la máquina es una posibilidad constante.

Lo que suelen hacer los técnicos en cableado industrial frente a semejantes situaciones, es observar con mucho detenimiento la acción de los motores de la máquina, hasta determinar las necesidades de esos motores desde la parte de alimentación y control. Algo parecido tendrán que hacer esos editores alternativos, discernir entre las partes, es decir, identificar la parte de potencia: ese mecado alternativo, e inmediatamente estudiar con muchísimo detenimiento, cuales son sus necesidades, sobre todo, desde la parte de control: edición y distribución en nuestro caso. Sobre todo desde esa sección porque la parte de la alimentación: los autores en esta parodia, siempre estará disponible y sus terminales perfectamente señalizadas.

Admitiendo semejante transpolación faltaría conocer las características físicas de las conexiones, es decir, las particularidades del contacto. Para este menester los técnicos del taller recurren a los catálogos técnicos, pero para el mundo editorial alternativo no hay catálogos ni nada parecido. Tendríamos que seguir experiencias de éxito como, por ejemplo, la de los conocidos como 'manteros'.

Los manteros son una especie de gremio radicalmente alternativo, pero que sabe muy bien donde establecer el contacto, es decir, donde poner sus productos baratos para que sean encontrados por turistas aturdidos y con poco dinero en el bolsillo. No se complican la vida, simplemente van donde saben que se les aprecia, y lo saben por experiencia, por eso digo que es una experiencia de éxito, porque, por más que le pese a la guardia urbana y en el aspecto de la conexión, aciertan plenamente.

Quizá el problema para nuestros 'conectadores alternativos' es que se complican la vida, quizá la solución es tan sencilla como ir donde está ese mercado alternativo en vez de montar la feria y esperar sentados a que el mercado venga.

Acaso, definiendo como asalariados a la inmensa mayoría de la gente que busca 'alternativas', no sean las ferias y otros 'güateques alternativos' lo que les atrae y, por lo tanto, no sea en eventos y locales de ese estilo donde puede establecerse la deseada conexión. Los editores-distribuidores alternativos quizá tedrían que pensar en los escenarios donde se mueve ese hipotético mercado alternativo, es decir, las entradas y salidas de los centros comerciales, de las fábricas, del metro, de los eventos deportivos... Quizá tendrían que pensar como auténticos manteros.

Juanma.


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