Presentación de MALDITO
IMPERIO ROMANO.
De la misma manera que
antes de empezar a escribir un libro procuro redactar un esquema para
utilizarlo a modo de calibre mientras trabajo, una vez acabado siento
la necesidad de saber qué he hecho, no solo para incorporarlo al
conjunto de lo que hago, también para explicárselo a los demás.
Lo primero que puedo
decir es que el libro tiene dos ejes, El Maresme y la Historia. El
Maresme, porque todos los escenarios que se describen, siempre
sugeridos por la propia narración, son parte de esa geografía. El
Maresme porque es un escenario magnífico, lo era en mi cabeza cuando
volvía por la calle Platería junto a los amigos, después de haber
dejado el tren en Cercanias, con el cuerpo agotado, embadurnado de
sal y arena. Lo ha sido a lo largo de mi vida porque nunca me ha
fallado cuando he necesitado un rincón donde madurar las ideas o
simplemente un paseo relajante. Lo sigue siendo a pesar de la
explotación exhaustiva de sus recursos, a pesar de la
industrialización y desindustrialización salvajes, de la
especulación inmobiliaria, y de todos los malos usos que la obsesión
por el dinero suele provocar sobre el territorio, a pesar de todo
eso, sigue manteniendo ese áurea que invita a zambullirse en la
alegría de la vida. Cuesta no sentirse en el Olimpo encaramado a
alguna de las rocas que emergen de la arena, mientras las olas
refrescan tus pies y sol acaricia tu cuerpo. Y cuando digo una roca,
también podría referirme a una de las bonitas terrazas que menudean
por sus pueblos.
Y la Historia. De hecho
el libro parte de una experiencia muy tonta, muy elemental.
Supongamos un trayecto desde las piedras sagradas, dolmenes y
menhires normalmente situados en parajes metidos en la montaña y
dotados de un halo que invita a respirarlos, a hacer un alto en el
camino, un supuesto trayecto, digo, desde esas piedras hasta el peaje
de la autopista en un día de movimiento, cualquiera llega a la
conclusión de que en esa geografía han ocurrido muchas cosas.
Semejante conclusión puede resultar muy inspiradora para alguien que
tiene la manía de escribirlo todo, o casi todo
Es entonces, cuando a
partir de los elementales conocimientos académicos, las evoluciones
observables en el territorio y la propia imaginación, aparece algo
similar a la historia, pero sin pretensión científica ninguna, tan
solo como soporte del relato. De lo que pudo haber ocurrido.
Sería una historia
imaginada, es decir literaria, concebida como un infinito montón de
historias pequeñas y elementales, de la misma manera que podemos ver
una catedral como un montón de piedras, cada una con su propia
historia, es decir, la del trabajo que les ha dado forma y un lugar
en el monumento.
Al pasar a texto doce de
esas pequeñas historias, aparece MALDITO IMPERIO ROMANO, cuyo único
nexo con la Historia, en mayúsculas, es el orden en que aparecen los
relatos. Cada una de las narraciones son historias independientes
sobre personajes con determinadas inquietudes personales que
proporcionan la trama de cada cuento. Desde luego que no voy a
revelar el contenido de los cuentos, sin embargo, si me parece
interesante hacer un mínimo relato de esa historia imaginada o
literaria que, a su vez, le dará sentido al titulo del libro.
En algún momento las
humanas y los humanos, pero sobre todo los humanos, cayeron en la
cuenta que el esfuerzo más rentable, el que proporcionaba más
riqueza, es la violencia, es decir robar el trabajo de los demás. Y
en esas estamos, todavía no hemos sido capaces de superar la
violencia como nexo último entre sociedades. Este primer cuento es
una fantasía sobre como pudo ocurrir algo así.
Lo curioso, lo que da que
pensar, es que paralelamente al surgimiento de ese fenómeno, surge
también, lo que hoy en día llamamos cultura. Tiene su lógica si
consideramos que el robo genera un gran excedente, que el jerarca
utilizará para organizar y magnificar sus masacres, con las más
fastuosas y peregrinas fantasías culturales.
Como era de esperar,
andando el tiempo, la organización para el asalto y el robo fue
sofisticándose hasta formar impresionantes tinglados a partir de un
potaje de religión y militarismo al que llamaban imperio. La
característica común de cualquier imperio es que arrasa con todo lo
que no sirve a sus intereses e imponen una forma de vida uniforme y
artificial, separada de la tierra. Desde el momento en que
aparecieron los imperios, ya no será la naturaleza la que guiará
nuestros pasos, sino la sacrosanta voluntad de Sumo Pontifice, es
decir, del emperador.
En lo único que son
racionales los imperios es en la economía: cuando el botín que
obtienen no compensa el gasto de machacar a los pobladores de cierto
territorio, lo abandonan. Eso hizo el Imperio Romano. Aquí nos
dejaron, mucho más pobres y dándonos garrotazos los unos a los
otros.
Efectivamente se tardaron
mil años en reponer algo parecido al orden imperial. Para recuperar
su esplendor el Sumo Pontífice al que, los distintos jerarcas, aun
hoy en día, acuden a recibir sus bendiciones, tuvo que vérselas con
toda clase de herejías, cismas, librar sanguinarias guerras contra
los musulmanes y execrables luchas entre las familias que aspiraban a
la mitra de Sumo Pontífice. Para entonces la cruz que viera
Constantino en la batalla del Puente Milvio ya había sustituido
definitivamente al águila imperial y a la expansión del imperio, es
decir, a la apropiación de nuevas tierras y al robo de su riquezas,
le llamaron evangelización.
Sin embargo, al imperio
le salió un enemigo frente al que, a día de hoy, sigue cediendo
terreno, es el racionalismo a cuyo abrigo la ciencia y la tecnología
progresaron exponencialmente, proporcionando al progreso real de la
gente, posibilidades que la parafernalia milagrera del imperio no les
proporcionaba. Así, sectores de la población cada vez más grandes,
cuestionaron la legitimidad del mitrado hasta que la Revolución
Francesa sustituyó la curia romana por el parlamento.
No iba mal encaminada la
actitud del imperio cuando, en un principio, se oponía a cualquier
forma de racionalismo. Sabían que el más mínimo escape acabaría
en catarata. Y así está siendo. La tecnología permite a más y más
gente el acceso a la cultura, es decir a la capacidad de racionalizar
y, en esa medida, cada vez más y más gente se niega a admitir la
autoridad del Sumo Pontífice que, desnudo de sus poderes
sobrenaturales, aparece como el jefe de un desmesurado tinglado para
acumular riqueza, que es el objetivo real de cualquier imperio.
Así las cosas, no es de
extrañar que alguien se plantee acabar de una vez por todas con el
Maldito Imperio Romano y liberar todo el potencial humano que el
imperio reprime para sobrevivir. En la última narración del libro
es un 'heavy' que encomendándose a Ishtar, a Thor y a toda clase de
dioses paganos, inicia la destrucción del imperio... Se trata de un
'heavy' porque entre todas las tribus en torno al rockanroll, es la
que más claramente reclama la cultura que el imperio califica de
diabólica y pagana.
Juanma. 5/4/2019.
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