Cuanto
se dice en adelante, parte del convencimiento que cualquier ente
vivo, ya sea biológico, cultural o mixto, se caracteriza por ser
capaz de controlarse a si mismo. Todo lo demás son piedras o
aparatos teledirigidos. Esa capacidad se materializa en algún
procedimiento o bucle que corrige nuestra acción según sus efectos
se ajusten o no a lo esperado.
Frente al hecho de alguien que escribe
libros podemos llegar a dos conclusiones extremas: Se trata de un
escritor profesional que sirve el producto básico a una editorial y
esta le proporciona medios para subsistir, o bien, se trata de un
escritor vocacional cuyos medios para obtener la subsistencia, le
proporciona tiempo suficiente para dedicarlo a escribir. Esta
clasificación de los escritores, no indica que el profesional no sea
igualmente vocacional, pero la falta de retribución de los solo
vocacionales es la principal característica que los distingue.
Entre ambos extremos encontraríamos
toda clase de situaciones intermedias. Situaciones que conforme se
alejan de la lógica profesional y se aproximan a la vocacional, van
siendo más y más extrañas y difíciles de asumir para una cultura
que solo entiende el esfuerzo asociado con el beneficio individual.
Casi todos los oficios admiten la
lógica vocacional porque, en última instancia, puede considerarse
un beneficio individual dar salida a su inquietud y, como mínimo, el
propio creativo cerrará el bucle disfrutando de las bondades de su
trabajo y, sobre todo, fortaleciendo su personalidad mediante los
resultados de esa inquietud elemental y presente en cualquier
persona, a la vez que es una de las fuentes básicas de la cultura,
es decir, la creatividad.
Sin embargo, en el caso de poetas,
novelistas y otros oficios artísticos, esa lógica vocacional es
inviable. En virtud de algún extraño cableado neuronal que se
materializa, como las hemmorróides en otros procesos, entre los
esfuerzos de generar la obra, el autor queda invalidado para lector
de su propio texto: cada uno de los intentos de lectura, más allá
de las correcciones pertinentes, acabará en una nueva versión,
aumentada o disminuida según sople el viento. Esa invalidez
imposibilita cualquier intento de bucle que corrija y refuerce su
obra, no sabe que impacto produce en otras cabezas, y esa es una de
sus principales motivaciones, tratándose, como todo trabajo
artístico, de un 'mensaje'.
Para realizar su labor, el escritor,
sea profesional o simplemente vocacional, necesita que alguien o algo
haga de transmisor y complete el ciclo depositándolo en el receptor
adecuado. De lo contrario, el escritor queda como un verdadero
majadero o 'predicador en el desierto' y su texto muerto, pues no
dispone de retroalimentación.
Cabría pensar, como remedio a
situación tan patética, en la 'world wide web' como plataforma
universal que puede contactar al escritor directamente con el lector.
Es una falacia. Cierto pero inservible. Es predicar entre una
multitud de predicadores predicando. A la práctica sigue siendo
necesario ese algo o alguien transmisor que busque, entre ese gentío,
al usuario interesado.
Otro espejismo son las plataformas
digitales de autoedición que, si bien dan presencia en la WWW y
proporcionan ejemplares físicos a demanda, lo cual no es poco avance
sobre las fotocopias de antaño, siguen adoleciendo del mismo
problema, se requieren intermediarios, ya sea la propia plataforma u
otros medios, que conecten al emisor con sus receptores.
En definitiva, para que la obra
literaria sea un ente vivo, no un depósito de cadáveres, se
requiere una considerable inversión económica que proporcione a las
creaciones del autor la cualidad de mercancía y, por lo tanto, le de
acceso al mercado, única plataforma de retroalimentación que
nuestro sistema económico admite como verdadera.
Sin embargo, proliferan en la
actualidad librerías, editoriales, ferias y hasta congresos, cuya
materia prima parece ser precisamente aquellas obras que no consiguen
la calificación de mercancía. Suelen autodenominarse 'alternativos'
y configuran circuitos que buscan mercados igualmente alternativos
compuestos por personas inconformistas que ven la necesidad de una
sociedad también alternativa.
El caso es que ese mercado existe y
con muy buenas, aunque difíciles, perspectivas de futuro en la
medida que las editoriales comerciales van apiñándose alrededor de
intereses económicos y culturales cada vez más concretos y nada
alternativos. El problema radica en que ese mercado alternativo es
muy poco consciente de si mismo, de hecho, el sector de la población
que podría estar más interesado en 'alternativas', ni siquiera sabe
de su existencia. La multitud que cabría esperar, se queda reducida
a un hiperactivo grupo de gente consciente de la necesidad de
alternativas, que se desplaza de un lado a otro y con muy poco dinero
en el bolsillo.
Así pues, ¿esa plataforma
alternativa de retroalimentación para el autor no mercantilizado es
otra quimera? Va a ser que no. Nos encontramos aquí en una situación
a nivel colectivo, similar a la que a nivel individual, impide que el
escritor vocacional deje de escribir a pesar de las evidentes y
certeras advertencias de que, salvo un milagro, todo terminará en
una amarga resaca. Es decir, esas obras alternativas a las
comerciales van a seguir produciéndose, y la posibilidad de un
potente mercado alternativo va a seguir existiendo. Evitar la amarga
resaca es un problema de cableado entre ambas realidades. Tenemos
todo lo necesario para que la máquina funcione, solo falta conectar
cada cable a la borna correspondiente. La tarea no es nada fácil y
el cortocircuito que destruya la máquina es una posibilidad
constante.
Lo que suelen hacer los técnicos en
cableado industrial frente a semejantes situaciones, es observar con
mucho detenimiento la acción de los motores de la máquina, hasta
determinar las necesidades de esos motores desde la parte de
alimentación y control. Algo parecido tendrán que hacer esos
editores alternativos, discernir entre las partes, es decir,
identificar la parte de potencia: ese mecado alternativo, e
inmediatamente estudiar con muchísimo detenimiento, cuales son sus
necesidades, sobre todo, desde la parte de control: edición y
distribución en nuestro caso. Sobre todo desde esa sección porque
la parte de la alimentación: los autores en esta parodia, siempre
estará disponible y sus terminales perfectamente señalizadas.
Admitiendo semejante transpolación
faltaría conocer las características físicas de las conexiones, es
decir, las particularidades del contacto. Para este menester los
técnicos del taller recurren a los catálogos técnicos, pero para
el mundo editorial alternativo no hay catálogos ni nada parecido.
Tendríamos que seguir experiencias de éxito como, por ejemplo, la
de los conocidos como 'manteros'.
Los manteros son una especie de gremio
radicalmente alternativo, pero que sabe muy bien donde establecer el
contacto, es decir, donde poner sus productos baratos para que sean
encontrados por turistas aturdidos y con poco dinero en el bolsillo.
No se complican la vida, simplemente van donde saben que se les
aprecia, y lo saben por experiencia, por eso digo que es una
experiencia de éxito, porque, por más que le pese a la guardia
urbana y en el aspecto de la conexión, aciertan plenamente.
Quizá el problema para nuestros
'conectadores alternativos' es que se complican la vida, quizá la
solución es tan sencilla como ir donde está ese mercado alternativo
en vez de montar la feria y esperar sentados a que el mercado venga.
Acaso, definiendo como asalariados a
la inmensa mayoría de la gente que busca 'alternativas', no sean las
ferias y otros 'güateques alternativos' lo que les atrae y, por lo
tanto, no sea en eventos y locales de ese estilo donde puede
establecerse la deseada conexión. Los editores-distribuidores
alternativos quizá tedrían que pensar en los escenarios donde se
mueve ese hipotético mercado alternativo, es decir, las entradas y
salidas de los centros comerciales, de las fábricas, del metro, de
los eventos deportivos... Quizá tendrían que pensar como auténticos
manteros.
Juanma.
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